Al James Bond del cine le gusta el trago. Por supuesto, tomar el mismo coctel sería aburridísimo.
Por suerte, el Bond de Fleming no solo toma martinis. Su paladar es muy democrático. Toma bourbon y whisky, pero prefiere el primero. (Fleming decidió que Bond fuera escocés cuando vio a Sean Connery en Dr. No, y le encantó).
Es devoto de la champaña —su favorita es la Taittinger—, así como de la champaña de las cervezas, Miller High Life. Y no es tan entusiasta del vodka martini como el 007 del cine: en los libros, se toma un total de 16 gin martinis y 19 vodka martinis.
Sin duda, el consumo excesivo era producto de la época, pero también sugiere un rasgo muy igualitario (High Life y bourbon) y que Bond tiene una naturaleza sombría. En otras palabras, el trago le ayuda a aplacar a sus demonios. Seguramente por motivos comerciales, en la pantalla grande se minimiza el apetito del superespía por la botella.
En 24 películas, 007 toma poco más de un tercio de la cantidad que consume en catorce libros. Solo Daniel Craig, quizá como alusión a los libros, ha intentado retratar que la predilección de Bond por el trago no es precisamente encantadora.
Mientras tanto, se podría decir que muchos de los némesis de Bond son abstemios. Tanto para Fleming como para Bond, la abstinencia es tanto sospechosa como pretenciosa.
Incluso para megalómanos.
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