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Foto del escritorDiego Córdova

La Epifanía y la rosca de reyes.




Según Herodoto, los magos eran originalmente una tribu meda que se convirtió en casta sacerdotal de los persas. Practicaban la adivinación, medicina y astrología. De la Vorágine comenta que sus nombres en hebreo fueron Apelio, Amerio y Damasco; en griego Gálgata, Malgalat y Sarathin; y en lengua latina, Gaspar, Baltasar y Melchior (Melchor).


Al principio se les consideró como astrólogos que leían el futuro en las estrellas, pero la palabra mago adquirió el sentido peyorativo de brujo en los primeros tiempos del cristianismo. Tertuliano fue el primero en convertir a los magos en reyes, y en el siglo VI Cesáreo de Arlés adoptó esta propuesta, haciendo el cambio de los gorros frigios por las coronas. Ésta sería la representación conocida en Occidente que más tarde llegó a tierras americanas y que hoy podemos observar en diversos trabajos plásticos que se exhiben en los museos.


Sus colores de piel y atuendos han cambiado, pues originalmente en Occidente representaban a las razas de Sem, Cam y Jafet, y ahora encarnan los colores del mundo: blanco, amarillo y negro, o blanco, moreno y negro. También es la representación de Europa, África y América, los tres mundos, alegoría que llegó al virreinato de Nueva España.


Rica tradición

La fiesta de los Reyes Magos que se celebra el 6 de enero es un día especial en México, ya que tiene diversos significados. Recuerda la adoración de Jesús infante por parte de los Reyes y se trata de una conmemoración medular en la liturgia católica. De esta historia surgió la costumbre de ofrecer y recibir regalos, principalmente para los niños, quienes piden, mediante carta, el juguete deseado.


También es el día en que aparece la deliciosa rosca de Reyes, manjar esperado en la merienda familiar y delicia monjil en la época virreinal, pues se dice que las religiosas solían festejar la noche de Navidad con cantos y buñuelos. Enseguida, venía la Epifanía con la llegada de los Reyes Magos y sus azucaradas roscas perfumadas de agua de azahar. Costumbre francesa desde 1311, que pasó a España y después a México, donde el haba se sustituyó por un Jesusito que originalmente era de plata dorada, muy pequeñito y coronado. Después lo vestían para llevarlo a bendecir el Día de la Candelaria. Cuentan que algunas personas se los tragaban para evitar tener que dar fiesta el 2 de febrero. Esos Jesusitos de plata se sustituyeron por los de porcelana que dicen venían de Japón y actualmente se hacen de plástico.


En esa fecha, las benditas sores no se daban abasto para despachar los encargos que a través del torno les hacían los habitantes de la ciudad y sus contornos.


Existe otra versión reciente en la que se propone que el registro de la rosca que se acostumbra para este día no se ve con notoriedad sino hasta el siglo XX. Comienza a manifestarse tímidamente hacia 1911. Se dice también que esta tradición vino de España a México en los primeros años del virreinato. Lo cierto es que en España para estas fechas se come el “roscón”. A partir de entonces se hizo tradicional acompañarla con el sabroso chocolate, café, leche o hasta refresco para los paladares más audaces.


No es fácil precisar cuándo se inició la costumbre de esconder en la masa de la rosca un Niño Dios de porcelana, pero por crónicas se sabe que la usanza de colocar una confitura o un haba en la rosca era muy antigua.


Quien encontraba el haba o el confite, estaba obligado espiritualmente a presentar el Niño Dios del Nacimiento de la casa en la iglesia cercana al 2 de febrero (llamado en México Día de la Candelaria).


En época caballeresca de México la obligación se cumplía ritualmente, y quizá la sustitución del haba o el confite por el Niño surgió porque algunas veces el comensal ingería el trozo de la rosca con todo y haba a fin de evitar el compromiso.

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