La otra cara de los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 pone en evidencia que la pandemia no fue un cruel aprendizaje; creímos haber vencido, pero tal vez eso no es cierto.
A la hora de desayunar, alguien dejó la televisión prendida. En la pantalla aparecen las últimas imágenes de la ceremonia de inauguración de Tokio 2020, con un año de retraso. Mientras los demás se sientan a la mesa, alguien pregunta: “¿a poco sí hubo Juegos Olímpicos?”.
El desfile interminable de los 204 países participantes continúa. Detrás de las banderas, las y los atletas usan cubrebocas. Del otro lado de la pantalla, quienes observamos no lo traemos puesto; seguimos en casa.
A más de 11 mil 300 kilómetros de la capital japonesa, la pregunta es legítima. Entre pandemia, contagios, crisis económica y el calor casi inhóspito del verano nipón, era poco probable que la competencia olímpica siquiera apareciera en el panorama.
La euforia de algunos mandatarios japoneses, sin embargo, presionó para que se llevarán a cabo a marcha forzada.
La cuarentena no ha favorecido el arranque de los Juegos Olímpicos de Tokio 2020. Por el contrario, la llegada de cientos de atletas extranjeros —junto con su séquito de masajistas, entrenadores y otros miembros indispensables del equipo— ha impuesto retos en la capital anfitriona, que quizás se subestimaron en tiempos de COVID-19. Mientras los deportistas obedecen reglas estrictas de higiene y distanciamiento social, en las calles se vive un silencio férreo.
En su texto más reciente para la revista, el autor describe las oleadas de escándalos y toxicidades políticas que han cobijado a los eventos deportivos en torno a los Juegos Olímpicos, particularmente en torno al entusiasmo ingenuo del primer ministro, Yoshihide Suga. Las restricciones de venta de alcohol en los restaurantes y las restricciones oficiales para frenar la propagación del virus han hecho muy poco para apaciguar el ánimo colectivo. En medio de uno de los brotes más severos de COVID-19 en el país, la insistencia de Suga rayaba en la necedad. Aún así, el mandatario optó por abanderar sus esfuerzos bajo la premisa de que ésta sería«prueba de que la humanidad ha derrotado al coronavirus». Pocos días más tarde, las cifras de contagio entre los mismos deportistas han despuntado hasta límites que el Estado no previó con demasiada cautela. Hace una semana, se habían reportado 55 casos positivos entre atletas y acompañantes.
En la actualidad, Japón ha logrado vacunar a menos del 20% de su población. De manera paralela, las encuestas locales con respecto a los Juegos Olímpicos favorecieron que se pospusiera una vez más. Los más radicales, hubieran optado por abandonar el proyecto por completo.
Para Suga, sin embargo, ésta no era opción. Hasta el momento, los más de 15 mil millones de dólares que se han invertido en la construcción de instalaciones adecuadas sencillamente no podía dejarse de lado.
Los preparativos siguieron adelante. Para mediados de julio, el panorama no brilló con la misma intensidad que la pira olímpica. Por el contrario, a su sombra, el primer ministro había declarado un estado de emergencia nacional, que abarcaría la totalidad de los Juegos Olímpicos. A pesar de que éste se planteó originalmente como el peor escenario posible, a partir del 12 de julio empezó el cuarto toque de queda en la capital. Los japoneses esperan, según se tiene previsto, que finalice con el término de los eventos deportivos, el 22 de agosto de 2021.
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